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NOTA PUBLICADA: 12/26/2010
Una serie de secuestros anteriores al de Diego Fernández de Cevallos lleva a una de las víctimas a señalar a los captores como supuestos guerrilleros con vínculos internacionales que han operado con la tolerancia del Gobierno mexicano por lo menos desde la década pasada.
FOTO: AGENCIA REFORMA El secretario de Seguridad Pública Genaro García Luna sabe quiénes son los responsables de secuestros de alto impacto en el país, afirmó Eduardo García Valseca. |
“El propio equipo de García Luna nos dijo que quienes me secuestraron fueron los mismos que tuvieron a Diego Fernández”, dice García Valseca en entrevista telefónica desde Estados Unidos, adonde se fue a vivir con su familia después de ser liberado.
“Son los mismos, ya sabemos que son los mismos, me dijo Armando Espinoza (coordinador de Investigación de la Policía Federal) cuando le hablé para decirle que la manera en que habían secuestrado a Diego era muy parecida a la mía”, agrega el ahora exiliado que, por estar casado con una estadounidense, pertenecía a la comunidad de ese país asentada en San Miguel de Allende, Guanajuato, y donde tenía una asociación civil con fines educativos.
El colaborador de García Luna aludía, según García Valseca, a Tendencia Democrática Revolucionaria-Ejército del Pueblo (TDR-EP) y a los millonarios plagios, entre otros, de dos empresarios extranjeros radicados en México y a la sobrina de José Sulaimán, expresidente del Consejo Mundial de Boxeo. Esos plagios ocurrieron durante el gobierno de Vicente Fox, cuando García Luna era director de la Agencia Federal de Investigación (AFI), después de haber sido encargado en materia de secuestros del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen).
Espinoza no fue el único que le dio esa información a García Valseca y a su esposa Jayne Rager, quien se encargó de las negociaciones con los secuestradores. También se la proporcionaron Benito Roa Lara, antecesor de Espinoza en la oficina de investigación de secuestros, y el agente que García Luna comisionó para asesorar a la familia en los tratos con los captores, a los que vinculan con organizaciones clandestinas extranjeras.
Incluso Roa los puso en contacto con otra víctima del grupo escindido del Ejército Popular Revolucionario (EPR), el californiano Ron Lavender Bachur. Este empresario hacía negocios inmobiliarios en la exclusiva zona de Punta Diamante, en Acapulco, donde en 1993 Diego Fernández recibió un terreno de 60 mil metros cuadrados como “regalo” del gobernador guerrerense –y cuñado del entonces presidente Carlos Salinas– Francisco Ruiz Massieu, quien un año después fue asesinado en la Ciudad de México.
“Cuando salí, por instrucciones del licenciado Roa estuve en Acapulco con el señor Ron Lavender, a quien le dije: Me da la impresión de que estas personas (los secuestradores) hablan inglés. Me dijo: Estás en lo cierto. Hablan inglés perfecto y es de la parte este de Estados Unidos.
“Le dije eso porque los oí hablar tres o cuatro veces. Un día, el tipo que me hacía llamarle ‘el jefe’ entró y le pedí que mejor me matara, que ya no aguantaba la tortura y golpizas a la que era sometido por la falta de acuerdo en las negociaciones. Entonces se enojó y me dijo mother fucker, son of a bitch, I’m going to shoot you. Yo no hablo muy bien inglés, pero pude entender ese lenguaje para decirme que me iba a matar”, cuenta García Valseca.
Hijo del fallecido coronel y empresario periodístico José García Valseca –quien fue despojado de la cadena editorial El Sol de México durante el gobierno de Luis Echeverría– dice que después de su liberación ha recordado y recabado más información sobre sus posibles captores, pero que ha sido desestimada tanto por García Luna como el propio presidente Felipe Calderón, quien durante una gira por Washington en mayo pasado se comprometió a buscarlos a su regreso a México. Siguen esperando.
“Aquí (en Estados Unidos) también hablamos con Keith Stansell, un estadounidense que junto a otras dos personas fue secuestrado en 2003 por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) cuando se cayó el avión en que hacían labores de inteligencia para el Gobierno colombiano. Nos contó que cuando estuvo secuestrado, había mexicanos que estaban siendo entrenados por las FARC”.
Stansell es un contratista de la empresa estadounidense de seguridad privada Northrop Grumman que fue liberado por militares de Colombia y Estados Unidos en junio de 2008 junto con otros rehenes de las FARC, entre ellos la ex candidata presidencial colombiana Ingrid Betancourt.
Los supuestos vínculos internacionales del grupo también se los mencionó a García Valseca el comisionado de la Policía Federal, Facundo Rosas Rosas. “La única vez que hablé con él –dice el entrevistado– fue para decirme que no hablara con la prensa, ni nacional ni internacional, porque esos grupos forman parte de redes internacionales como las FARC y la ETA”. El comisionado se lo pidió luego de que la historia de García Valseca fuera difundida en Estados Unidos: en marzo pasado por la cadena de televisión NBC y en agosto, ampliada, por el diario The Washington Post.
Experiencias paralelas
La presunta participación de la guerrilla en el secuestro del panista también era investigada, a petición de la familia de Diego Fernández, por el exgeneral experto en la represión de movimientos guerrilleros Mario Arturo Acosta Chaparro, pero a los tres días de iniciar sus pesquisas fue baleado en la Ciudad de México, por lo que convaleció durante meses.
Como Diego Fernández, el hijo del empresario periodístico fue secuestrado en las inmediaciones de su rancho, el 13 de junio de 2007. Como el panista permaneció cautivo más de siete meses. Fue liberado el 24 de enero de 2008. Todo ese tiempo estuvo metido en un cajón en el que apenas podía moverse y que sólo tenía dos agujeros de ventilación.
“No tenía ni siquiera ropa. Y no me daban de comer. Cuando me secuestraron pesaba 74 kilos y salí con 39. Me balacearon con una pistola 45 milímetros en el muslo y en el brazo con una 22. Me abrieron la cabeza tres veces; me afectaron el hígado y perdí 15% del oído izquierdo. Me torturaban también con narcocorridos día y noche y me inyectaban sangre diciéndome que estaba infectada de VIH”, relata.
De acuerdo con García Valseca, Roa le explicó que los secuestradores han sido cada vez más violentos con las víctimas para quitarle todo a sus familias: “Le hacen a uno y a los familiares vender todo, que busquen préstamos. Dejan endeudados hasta a los nietos. Sólo entonces sueltan a sus víctimas”.
Pero a diferencia de García Valseca, Diego Fernández reapareció el lunes en buenas condiciones físicas. El hijo del coronel explica: “Cuando me soltaron yo no podía ni hablar, no tenía voz. Se me cayó el pelo. En siete meses y medio una sola vez, el 15 de diciembre de 2007, me cortaron el pelo, la barba y las uñas. Sólo me dejaron el bigote, como ellos, que sólo usan bigote.
“Me llevó meses enteros poder bajar una escalera. La primera vez que lo intenté me caí. A Diego no lo maltrataron porque siempre representó un buen negocio, tanto en lo político como en lo económico. No se le vio en shock”.
Sobre la operación y la ideología de sus secuestradores, dice que tienen una estructura jerárquica de tipo militar. “A pesar de que no hablé mucho con ellos, había uno al que me tenía que dirigir como ‘señor jefe’. Los demás tenían el rango de ‘guardianes’”.
Añade: “Siempre me decían: ‘los de tu clase’. ‘Te vamos a matar, hijo de la chin... Vas a servir de ejemplo a los de tu clase para que los próximos no se anden con mamadas con nosotros. Tu pinche familia da una bicoca; no vale la pena ni siquiera exponernos”.
Quinto de nueve hijos del empresario periodístico, explica: “Me maltrataron porque pensaron que yo tenía los 8 millones de dólares que me pidieron. Se fueron con la finta del apellido y porque el coronel siempre fue muy apantallador, pero yo jamás he tenido, ni pretendo tener, la cantidad que me exigían”. Añade que una tortura como la suya la había sufrido antes un empresario italiano cuyos bienes también sobreestimó el grupo.
Ron Lavender fue secuestrado el 22 de junio de 2001. “A él lo metieron cuatro meses y días en un tráiler de esos que jalan caballos. Le pusieron una inyección por la espalda el día que lo secuestraron. No lo torturaron como a mí. Tiene más de 80 años, pero dice que lo peor del cautiverio fue el sol. Lo metieron en algún lugar de Guerrero, en donde no tenía acceso a nada”, refiere García Valseca.
Sospechosa omisión
Jayne Rager, también en entrevista telefónica, relata la manera en que los colaboradores del secretario de Seguridad Pública le dieron datos sobre los autores del plagio: “A Eduardo lo secuestraron un jueves. El lunes siguiente llegó un correo electrónico en el que pedían que el rescate se pagara con billetes de cien dólares estadounidenses. Cuando el agente vio el mensaje, dijo: ‘Sí, son ellos’”.
El equipo de García Luna tenía fotos de los otros secuestrados y decía que el modus operandi era muy parecido, con retenciones de muchos meses, negociaciones semejantes y que la cantidad mínima que se había pagado había sido de un millón 200 mil dólares. También tenían registrado que la mayoría de los casos ocurrió a fines de la primavera y que la liberación ocurría poco antes de la Navidad. “Toda esa información me la dio la PFP”, dice Rager en referencia a la Policía Federal Preventiva, antecesora de la actual Policía Federal.
De acuerdo con ella, el caso en el que las autoridades fueron más precisas sobre la presunta participación de TDR-EP fue el de Nelly Catalina Esper Sulaimán, hija de quien ese momento era el dirigente del PRI en San Luis Potosí, Antonio Esper Bujaidar, quien fue secuestrada el 30 de mayo de 2004 y liberada un año, ocho meses y 12 días después.
“El agente que comisionó García Luna, y que vivió con nosotros los siete meses y medio del secuestro de Eduardo, me dijo que en el caso de Nelly Esper tomaron fotos de los billetes del rescate y los registraron, como en nuestro caso. Tiempo después, cuando en 2006 el EPR atacó varios lugares del Distrito Federal con bombas y los responsables fueron detenidos, les encontraron billetes que estaban registrados como parte de ese rescate.
“Cuando los interrogaron, la información llevó a la autoridades a las montañas de Oaxaca, donde encontraron lo que quedaba del rescate en cajas de cartón. El dinero estaba escondido en una casa de unos campesinos que a pesar de su pobreza no habían tocado ni un solo billete”, dice Rager.
Precisa que según esta información policiaca, durante el plagio de Esper Sulaimán los secuestradores dejaban mensajes en iglesias: “Fue un sacerdote muy importante de una iglesia en San Luis Potosí el que entregó el dinero. También me dijeron que una de las empleadas de la casa de la familia era del mismo pueblo del sacerdote. Yo les pregunté por qué no investigaron al padre, pero me dijeron que era muy querido en el pueblo y que si lo hacían, los linchaban”.
Dice que en el mismo sentido les han contestado los colaboradores de García Luna cuando les preguntan por qué no han detenido a los secuestradores, si los tienen identificados: “Yo me quedé sorprendida cuando el agente que vivió con nosotros durante la negociación me dijo que los secuestradores tenían vínculos políticos, pero que si el gobierno sacaba eso a la luz, se corría el riesgo de volver mártires a los personajes de la política supuestamente relacionados con ellos. No entiendo por qué. O le tienen miedo a ese grupo o quizá se benefician de alguna manera, no lo sé”.
Rager dice que desde que vio las imágenes del secuestro del ex senador encontró muchas similitudes con el de su esposo:
“De inmediato dije: son ellos. Después, cuando salieron otros datos, confirmé la manera en que operan: en zonas alejadas, sin que nadie vea nada, en lugares parecidos, la forma de comunicarse por correo electrónico y a través de medios de información, la advertencia de que será un secuestro largo y, sobre todo, las palabras usadas en ambos casos: ‘goza de excelente salud’, al inicio de las negociaciones o cuando empieza una nueva etapa de ésta.
“Con el agente que estuvo en la casa me di cuenta de cómo operan, de la manera en que han tenido a los secuestrados, de las cantidades de dinero exigidas y que terminaron por aceptar. Pude ver que ninguna de las víctimas había regresado antes de seis meses y que ninguna había pagado menos de un millón de dólares. Con Eduardo el secuestro fue más allá de la Navidad porque se equivocaron en la estimación del dinero que tenía”.
Eduardo García Valseca encuentra más paralelismos, principalmente en las fotos de las víctimas enviadas a la familia. “Con Diego fue igual que a mí: tapan los ojos con una mascada. En mi caso, en el cajón donde me tenían pusieron una sábana que sujetaron con una pistola de grapas. En el caso de Diego pusieron un plástico negro”.
Cuando vio la foto en los periódicos le habló a Armando Espinoza, el coordinador de Inteligencia de la Policía Federal. “Le dije que le hablaba porque eran tantas las similitudes. Me dijo: ‘Tienes razón; son los mismos. Ya sabemos que son los mismos’. Incluso, a través de él le estuvimos enviando mensajes al hijo de Diego Fernández”.
Otra semejanza la encuentra en las cartas que a ambos les hicieron redactar: “Me daban las instrucciones de lo que los negociadores tenían que hacer y los lugares adonde se tenían que dirigir, incluso la manera en que debían ir vestidos. En mi caso, muchas veces las tenía que repetir hasta que les gustara; las escaneaban y las mandaban por correo electrónico. En ese mismo correo mandaban un código para que la respuesta se hiciera a través de anuncios clasificados de los periódicos.
“A la Policía Federal y al propio García Luna le hemos dado muchos detalles de mi secuestro, pero siempre han mostrado reticencia”, dice Rager, y añade que al principio, incluso se negaban a hacer retrato hablado de los secuestradores. También les llegó información sobre la existencia de una casa de seguridad en la colonia Nigromante, en San Miguel de Allende, donde vieron a los presuntos secuestradores antes del plagio, pero nunca fueron a investigar.
FUENTE: http://www.am.com.mx/Nota.aspx?ID=447225
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